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Con cada llegada de nuevas tecnologías, nuestro mundo cambia. A la llegada de la imprenta, el mundo se adaptó, tomando sus ventajas y sufriendo sus riesgos. Luego a la llegada del barco de vapor, del telégrafo, del teléfono, de la electricidad, la radio el cine, la televisión, la computadora o la internet.
A cada paso que la humanidad ha dado, las adaptaciones de las sociedades han sido obligadas por una necesidad de explotación y velocidad, a riesgo de que otros lo hagan antes, con otros fines.
Mucho se podría discutir lo que las líneas telegráficas ayudaron a las guerras, el desarrollo de gases venenosos, de la aeronáutica y la energía nuclear. Pero así también se puede hablar de los resultados obtenidos y del aprovechamiento tecnológico para las artes, para la difusión masiva del conocimiento o para la ayuda internacional en tiempos de desastres.
Así pues, cada desarrollo depende de la persona que lo aprovecha y la intención con la que es explotado. Los medios de comunicación masiva, entre los que el conocimiento popular coloca a la radio, televisión e impresos (periódicos y revistas), no han vivido una historia diferente.
Mientras algunas personas los dedicaron enteramente al seguimiento de acontecimientos sociales de índole noticioso, otros lo hicieron a los espectáculos, a los pasatiempos, los deportes, la divulgación científica o el mundo natural.
Lo cierto es que, durante muchos años, quizá casi todo un siglo, los medios masivos estuvieron en manos de unas cuantas personas que podían decidir el rumbo que se tomaba. Los periódicos se monopolizaron en manos como las de William Randolph Hearst, Joseph Pulitzer y otros tantos. El cine fue presa de las grandes corporaciones, después de las disputas de origen entre los Lumiére, Meliés, Pathé y Alva Edison. La Televisión prácticamente nació en contadas manos poderosas, de cuyos monstruos monárquicos aún no ha sido extraída.
Entonces pues, las tendencias de información y de los contenidos mediáticos siempre han estado lejos de ser lo que la gente quiere, tanto como ser lo que los dueños deciden.
Y en este escenario hostil, complicado y agreste, unos cuantos necios fueron cosechando semillas de interés natural y animal. Con paciencia, tenacidad y un poco de utopía en sus ideas, algunos apasionados de la biología, de la exploración, de la medicina veterinaria o sencillamente apasionados de la vida, construyeron los cimientos de la Naturaleza Mediática, que a nuestra generación ha tocado poder explotar y disfrutar, con la enorme responsabilidad de no dejarla desvanecer.
A muchos nos puede parecer natural, común, ver programación sobre exploración, sobre especies animales, sobre rincones poco pisados por el hombre, pero no siempre fue así.
Muchos anónimos explotaron este interés con resultados íntimos, a veces enlatados durante mucho tiempo, carentes de afán comercial y plenos de deseos artísticos. Así como Franz Marc decidiera plasmar casi por exclusivo animales en lienzos coloridos, algunos camarógrafos y exploradores decidieron alejarse de las estrellas de vodevil y la luz de las candilejas, para capturar a estrellas y protagónicos cubiertos de pelos, escamas o plumas.
Décadas de imágenes hermosas, carentes de un mecenas que las convirtiera en económicamente viables, pasaron inadvertidas y casi incógnitas para la mayoría de la población mundial, que asoció a la cámara mágica de la televisión con la productora de semidioses humanos. Galanes y princesas, villanos, héroes y líderes de opinión, cubrieron el espectro completo de la programación mediática.
Sería necio y un gran riesgo pretender hacer un recuento de todas las personas que han estado interesadas en llevar animales y naturaleza a las pantallas, pero por supuesto algunos nombres tienen un sonido más familiar para una mayor parte de la población, gracias a que su necedad y pasión coincidió con una buena recepción, la confianza de algún empresario y el gusto masivo, que les permitió hacer su trabajo de conocimiento popular.
A mi cabeza viene, siempre, la imagen de un delgado y sonriente navegante Jacques-Yves Cousteau, como uno de los primeros que me entregó, siendo niño, animales bidimensionales, que jamás habría imaginado. Tuve la fortuna de oír de su voz (traducida, pero en mi cabeza ESA será siempre su voz) cómo se comportaba un tiburón, antes de que un director fantasioso me diera un estereotipo del asesino marino. Conocí con él a seres que parecerían de otro planeta, como la medusa o el pez piedra, y aprendí de coexistencia con la anémona y el pez payaso.
Las noches de Costeau, programadas por la escueta televisión nacional e impulsadas por mi genial padre, se hicieron parte de mí a la par que las cientos de caricaturas y programas infantiles. Y afortunadamente no sólo fueron Costeau y papá.
Estaban en la televisión también Odisea Burbujas, con Mafafa la lagartija, Mimoso Ratón, Patas Verdes el sapo y Pistachón Zigzag (responsable de que no corriera, de niño, de los abejorros). Estaba María Elena Hoyos, necia a salir en televisión con su chimpancé en brazos. Estaba el gato GC, que con la ecología luchaba en contra de la ignorancia o los serios documentales de la BBC, en donde aún puedo ver a la lagartija corriendo por el desierto.
Y luego llegaron las explosiones mediáticas que no podía creer, como el nacimiento de Discovery Channel, en 1985 (aunque México no lo vería más que por televisión de paga muchos años después) y su rincón especializado, Animal Planet, creado en 1996. Con éste último, la aparición de maestros del freeanimal-show, como Steve Irwin, Jeff Corwin, el más reciente César Millán y hasta Zaboomafoo.
Se puede o no estar de acuerdo con algunas de las técnicas que utilizan, pueden ser objeto de crítica, estos programa y muchos más, pero lo cierto es que su popularidad, tenacidad e insistencia, han abierto los ojos corporativos hacia los animales y la naturaleza, otorgándonos a nosotros, como público, la posibilidad de encontrar estos contenidos en donde regularmente sólo se hallan estrellitas y héroes ficticios.
Hoy, cómo público, tenemos la opción de acceder a ellos y como ciudadanos globales, la obligación de hacerlos un consumo frecuente, para demostrar a estas empresas que han tenido razón en su insistencia, que queremos que sigan de necios.
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