«Es sólo un animal…»


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Soy una persona que vive en una de las ciudades más grandes del mundo: la Ciudad de México. Amo y adoro cada rincón de ella. Disfruto caminarla, recorrerla en bici, ver sus paisajes tan contrastantes y los diferentes escenarios que ofrece para desenvolver el día a día laboral de cada uno de sus habitantes. Es fascinante ver su orden en el caos que desarrolla diariamente. Es angustiante como motivante, siempre pintoresca. Ser chilango es vivir en una de las ciudades más cosmopolitas y de gran riqueza cultural que existen a nivel mundial…

… y en una de las que más se padece con la (cada vez mayor) indiferencia de sus habitantes hacia el entorno en el que viven y los seres que estamos en él. Humanos, perros, gatos, aves, plantas, etc… indiferencia hacia todo ser vivo mientras nosotros estemos bien. El ritmo diario de vida ha sido cómplice para que aceptemos una rutina donde sólo importamos nosotros y nuestras ganancias materiales. El gadget, el coche, el traje, el vestido, la pose… sólo importa eso. Si el árbol es cortado, si hay basura tirada, si un monumento es pintado, si una persona es discriminada o si un perro es atropellado nos da igual.

«Espero no le haya pasado algo al coche, sale carísimo…»

La respuesta típica cuando atropellamos un animal. Nuestra indiferencia nos lleva a entender que se nos cruzó y era imposible detenernos o (en muchos casos también) simplemente ganó la insensibilidad y discriminación que varias personas sienten por los animales, considerando sus vidas inferiores. Terminamos la vida de un ser como si ésta valiera poco cuando, en lo personal, valen lo mismo que la de cualquiera de nosotros. Debemos recordar que los perros y gatos callejeros están ahí por falta de responsabilidad nuestra, por simplemente aplicar una de las grandes prerrogativas que nuestro sistema ideológico nos inculca: Ojos que no ven, corazón que no siente. A final del día, es un perro callejero. El no ser de «raza» resta valor para muchos y, si lo es, hay varios como él. Ya ven que los producen en serie (sic) como si fueran plumas.

Aquí justamente radica el problema: valor y respeto por la vida. El ser humano jamás ha buscado coexistir con su entorno, siempre ponderando su «civilización» para «colonizar» ecosistemas y obligar a que todo ser vivo se adapte. Los animales perdidos están «fuera de control para nuestro sistema» y, por ende, carece de importancia el cuidar de ellos. Si mueren, no pasa nada. La vida sigue. Los únicos capaces de darle valor a la vida y cambiar nuestra forma de pensar somos nosotros mismos.

(Finalmente, les comparto el video de Germán, una persona que nos transmite su emotividad sobre una situación que es nota diaria aquí http://youtu.be/BWgCHG8yqS0 )

«Si los ves, respétalos. Déjalos pasar si vas a evitar ayudarlos. Respeta su vida así como tu exiges respeto a la tuya…»

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