Era un fantasma que descendía cada atardecer. Era esa sombra, ese misterio que se convertía en silueta cuando llegaba a la punta del risco, y más que aullarle a la luna, le aullaba a un sol que descendía, pintando de rojos y naranjas el cielo del desierto. Ese era el hogar del Lobo. Era el paraíso árido y montañoso, en donde este príncipe tenía su reino.
Como el hijo pródigo más audaz, sabiéndose descendiente de un linaje majestuoso, el Lobo Mexicano se había separado de sus hermanos hacía miles de años, aventurándose en llanuras y montañas ocre, que habían sido poco exploradas por los grandes mamíferos.
Era un maestro de las sociedades y las estrategias.
Era el sonido de la oscuridad, el gran aullido que enmarcaba la noche del desierto.
Era admirado. Era temido. Era respetado. Era envidiado.
Y desapareció.
El Camino Caninae

Hace casi 40 millones de años, por lo menos, los primeros cánidos recorrían el territoriode América. No eran parecidos a los perros o lobos que hoy conocemos, de hecho, Hesperocyon, como se le conoce a esta familia, parecería una rara mezcla entre un mapache grande, un felino robusto o un coyote alargado. Pero se trataba apenas del primer gran cambio desde que el primer carnívoro, Miacis, evolucionara, separando su información genética en los que hoy conocemos como caninos y felinos.
El estrecho de Bering fue, como para muchas especies, clave en la comunicación y la evolución especializada. La teoría más aceptada en estos años es que los antepasados carnívoros de los caninos se originaron en Norteamérica, pero a través de Bering llegaron al norte de Asia y Europa, en donde la gran combinación comenzó. Se expandieron por esos vastísimos territorios, encontrando poca o nula resistencia como depredadores, especialmente porque se mantenían siempre en grandes manadas.
Después de la vuelta evolutiva que tuvieron en aquella segunda parada, regresaron a Norteamérica por el mismo camino, habiendo desarrollado ya una línea de cánidos más estable. Se podían ver ya los rasgos más claros de los Canis, los Vulpes y los Urocyon, es decir, los antepasados de Lobos y Zorros.
Por encima del cinturón ecuatorial, prácticamente llegaron a todo el mundo. Pero fue quizá por su pelaje caluroso y denso, o por su estrategia social de cacería que se veía beneficiada en lo espeso de los bosques, que pocas subespecies se desarrollaron en las zonas desérticas. Apenas 3 se han aceptado como subespecies adaptadas a este tipo de ambientes: El Lobo Árabe (Canis lupus arabs), el Lobo Indio (Canis lupus pallipes) y en Lobo Mexicano (Canis lupus baileyi).
El Lobo Mexicano se constituyó como un prolífica especie, la más pequeña, nativa del punto más al sur y genéticamente más distinta, del Lobo gris de Norteamérica. Aparece oficialmente como nativa de las regiones montañosas al norte de México: Durango, Coahuila, Chihuahua y Sonora, así como de partes de Texas, Nuevo México y Arizona, pero se llegaba a encontrar ocasionalmente en territorios de más al oeste y noroeste, como California y Nevada.
Un Lobo Mexicano macho promedio pesa entre 30 y 45 kilos, con un máximo de metro y medio de longitud y unos 70 u 80 centímetros de altura, lo que generalmente lo compara con la morfología de un Pastor Alemán adulto.
Su figura es más estilizada que la de otras especies, ligeramente de rasgos más alargados y menos anchos, como si fuera un vínculo entre los coyotes, chacales y perros comunes.
El Gran Padre Lobo

Y fue esta figura, delgada pero fuerte, la que dominó también la iconografía de las poblaciones humanas que habitaron a su alrededor.
Prácticamente todas las tribus de nativos americanos que compartían territorio con el Lobo Mexicano, lo retrataban y guardaban como un símbolo al que respetaban y querían. Si bien temían ser atacados por alguna manada de lobos cuando se adentraban en su terreno, no existen leyendas o cuentos del folclore en los que el Lobo sea un antagónico, o tenga rasgo alguno de terror.
Apareció una y otra vez dibujado en pieles, en paredes, en tee pees y hasta en el rostro de los guerreros. Se tallaba, como símbolo de protección, en las figuras que conocemos en la generalidad como tótems, o en ornatos y colgantes que se añadían al cuello de los guerreros o a sus accesorios de cacería.
Su aullido no era el ícono de terror, absurdo y artificial, que heredamos de las culturas europeas. El aullar de los lobos era símbolo de vida y de que la noche transcurría en orden. Eran algo así como “vigilantes”, como el sereno que hace años pasaba por las calles encendiendo las farolas y avisando que podían dormir en paz.
El fuego los mantenía a la distancia, y ante la posibilidad de cazar muchas otras presas menos complicadas, rara vez invadían un asentamiento humano, ni seguían demasiado tiempo a un expedición de hombres.
Tribus como los Cherokee, Apalache, Hopi, Zuñi, Acoma, Mojave, Pápago o Seri, tenían en un lugar muy alto al Lobo Mexicano.
El principio del fin

Al igual que todos los lobos, los lobos mexicanos tienen una firme estructura social y un sistema de comunicación complejo que incluye el marcado, posturas corporales, formas más especializadas como postura de orejas y cola, amén de vocalizaciones numerosas tales como aullidos, ladridos, gemidos y gruñidos.
Viven en grupos familiares o manadas, que consisten en una pareja alfa y sus crías, con un proceso de a menudo varias generaciones, por lo que podían llegar a encontrarse grupos numerosos, con “abuelos” o incluso “bisabuelos” como líderes. Entres sus presas se cuentan alces, venado bura y venado cola blanca, pero son capaces de enfrentar y matar ganado, especialmente ejemplares jóvenes y menos robustos.
Este fue su principal problema cuando el “nuevo mundo” empezó a ser colonizado.
A la llegada de los europeos a tierras americanas, todo era un asombro que llenaba libros y relatos orales de estos hacia el viejo continente. Las especies nuevas de aves, mamíferos y plantas, eran celebradas por su valor, variedad, belleza estética y hasta sabor. Pero no todas las especies de américa eran un maravillosa novedad.
El Lobo Mexicano cargaba con tres estigmas que incomodaban a los colonos europeos:
En primera instancia, era muy parecido al lobo euroasiático, viejo conocido, temido y cazado en los bosques de toda Europa y Asia, ícono de leyendas nada favorables y hasta representante de infantiles historias que los retrataban como monstruos, devoradores de niños, conexiones con el diablo y con la brujería, o hasta transmutaciones de demonios.
Después, eran un riesgo para la ganadería que se comenzaba a desarrollar al norte de México y sur de los Estados Unidos. Eran ágiles y podían cazar casi a todas horas. Con los numerosos grupos de ganado que devoraban los pastizales próximos a los bosques, las bajas, que mermaban la economía de los pobladores, los llenaba de rencor hacia la especie.
Finalmente estaba el factor cultural. Como parte de un proceso de suplantación de cultura, la destrucción o intercambio de cada símbolo era importante para el éxito de estas empresas. Como lo hemos visto, prácticamente para todas las culturas nativas que conocieron al Lobo Mexicano, este significaba un ser de respeto, casi un Dios… y eso no podía ser tolerado.
Esa combinación de elementos fue disminuyendo las poblaciones constantemente, irrefrenablemente. El fin del mundo, para el Lobo Mexicano, había llegado en las naves de estos invasores. Los perros de raza grande habían llegado también de Europa, y algunos podían ser más feroces y grandes que el mismo lobo, así que tampoco podían comprender su valor o belleza en el ecosistema propio.

Los cuentos y las historias, cada vez más exageradas, abundaban. Las expresiones “te va a comer el lobo” y hasta los relatos infantiles como “Caperucita” o “Los 3 Cerditos”, habían hecho de la frase “lobo feroz”, parte del vocabulario; un vocabulario que sólo respondía a la fantasía, pero no había nadie cerca para desmentirlo.
Programas de control de depredadores, desbordantes de ignorancia, casi exterminaron al lobo mexicano en el medio silvestre, antes de que alguien pudiera reaccionar.
Seguramente, alguna noche, el aullido de un Lobo Mexicano se escuchó en solitario, y por primera vez en miles de años, ningún otro lobo le contestó. Se escuchó por última vez, ahogado, sin sentido y sin réplica, rindiéndose ante algo que, sin comprender, tenía que aceptar.
Con la captura de los últimos 5 lobos mexicanos que quedaban en estado salvaje en México, desde 1977 y hasta 1980, se inició un programa de cría en cautividad y se salvó al lobo mexicano de la extinción, aunque muchos creen que quizá es ya muy tarde.
El Lobo Mexicano se encontraba en la lista de especies en peligro en 1976, cuando comenzaron el trabajo de recuperación. El plan de recuperación tiene el objetivo de restablecer en vida libre, aunque en zonas de reserva, una población de lobos mexicanos dentro de algunas áreas de distribución histórica. En marzo de 1998, se liberaron tres manadas en la «zona de recuperación primaria», en la zona pública del Bosque Nacional Apache, al este de Arizona. En 2002, la Tribu Apache White Mountain también se convirtió en un colaborador del proyecto, y la primera manada de lobos en la Reserva Fort Apache ocurrió en 2003.
Hoy en día, la población cautiva se compone de aproximadamente 300 animales, y abarca más de 45 parques zoológicos y centros de la vida silvestre en los Estados Unidos y México, pero las condiciones sociales no han cambiado tanto como se quisiera.
Dado que la mayor parte del territorio de los Lobos está poblado, algunos estudiosos del tema creen que nunca saldrá de la lista crítica, por lo que pareciera confinarse el esfuerzo a proteger a un número reducido, en zonas protegida.
Muchas personas han estado involucradas en este tipo de esfuerzos de reintroducción, incluyendo a varios de los mejores Médicos Veterinarios y Zoólogos mexicanos, pero el problema educativo se mantiene.
Mientras el Lobo Mexicano no recupere ese lugar de admiración y respeto que ha merecido y que mucho tiempo tuvo, su extinción será un problema latente.
Una preocupación que jamás debió existir.

Si quieres escuchar los aullidos en libertad de una de las primeras manadas de Lobo Mexicano reintroducida, accede a: http://www.fws.gov/southwest/es/mexicanwolf/MWaudio.cfm
Esta es una versión editada online del reportaje publicado en Animalia Magazine #24. Si quieres conocer la versión completa impresa, puedes pedirla a ventas@animaliamagazine.com
