Depredador es la denominación que se le da a cualquier ser vivo en referencia a sus hábitos de caza, ya sea por alimentación o dominio, y con relación directa a otras especies, aquellas que resultan más débiles frente a las habilidades de caza del primero.
Esto significa que ningún animal es un «Depredador» permanente y ninguno está exento de serlo.
Lo anterior lo menciono para, primero, dejar de escuchar la palabra como si fuera un adjetivo negativo y malvado. Los insectos «depredan» plantas y otros insectos. El ganado «depreda» pastizales y de paso, insectos. El león «depreda» cebras, impalas o ñúes. El tiburón depreda otros peces. Los peces depredan plancton. Y el hombre depreda… bueno, todo, hasta hombres.
La cualidad de Depredador se ve magnificada por las habilidades que cada especie tiene y cómo éstas evolucionan para mejorar esta misma cualidad. En el hombre, desde luego la característica que lo convierte en el depredador más inteligente, se encuentra dentro de su cabeza: la inteligencia.
El cerebro ha demostrado ser el órgano clave para el dominio y la superación de las especies, razón que hizo a la nuestra convertirse en el más letal de los animales sobre la tierra. Sin embargo, aunque genéticamente todos los seres humanos sanos están diseñados para nacer con el mismo potencial cerebral, el cerebro evolucionado también ha traído una verdadera espada de dos filos: el libre albedrío.
En la mayoría de los animales, si bien existe la posibilidad de «escoger» lo que puede hacer cada día, la mayoría de estas decisiones se ven limitadas y sesgadas por una constante: el instinto.
Es decir, el hombre puede elegir, motivado por la búsqueda de diversión o empujado por el aburrimiento, hacer algo riesgoso para su sobrevivencia. El león, el tiburón o el perro, no. A un Tigre no le gusta saltar de un acantilado por gusto, si lo hace es buscando cazar (sobrevivir), escapar (sobrevivir) o ir a un mejor hábitat (sobrevivir).
Así también, los Depredadores no-humanos exterminan ejemplares de otras especies en la búsqueda de alimento o tratando de dominar un territorio, pero cuando cualquiera de sus motivaciones se ven satisfechas, detiene la práctica.
El hombre no.
Nuestro libre albedrío hace que la Depredación pueda ser bien un deporte, una diversión, una forma de perder el tiempo o una aberrante expresión cultural.
Los «adolescentes» que demuestran su adultéz en la Islas Feroe matando delfines, no necesitan hacerlo realmente por que su hábitat se vea amenazado, mucho menos para demostrarle algo a esa especie de delfín (que se acerca prácticamente solito al hombre).
Los «cultos» que acuden a la tauromaquia y quienes la practican, no lo hacen por sobrevivir o para dominar a la especie de toro que enfrentan, sino únicamente porque se les ocurrió matar el aburrimiento matando a otro ser.
Sí, el ser humano es un Depredador y esto es importante para su sobrevivencia, pero ha convertido esta habilidad en una práctica absurda, que ha puesto a su hábitat en riesgo. Lo que, por supuesto, lo pone en riesgo a él mismo.
El Hombre es un Depredador estúpido. Su desarrollo cerebral llegó a tanto que no supo qué hacer con él para manejar su propia existencia.
Ha llevado a miles de especies animales al borde de la extinción, lo que ha provocado la degradación vegetal de dichas zonas, permitiendo que los fenómenos naturales ataquen con mayor fuerza el lugar… y pierda el control de la zona.
Ninguna otra especie animal convirtió jamás una zona viva en territorio desértico. No hay otra especie que haya aprendido a «provocar» la erosión. Ninguna convirtió el aire del lugar mismo en donde respira, en gas peligroso. Ninguna ha cazado a otra por encima de la «necesidad» hasta prácticamente verla desaparecer.
El Hombre es un Depredador. El más efectivo de los depredadores. Y el más estúpido.
Estimado Paco te felicito por este articulo es la verdad
Desgraciadamente, yo por eso entre mas conozco al humano mas quiero a mis perros.
Saludos
Lamentablemente el hombre se ha convertido en la peor plaga que ha azotado al planeta, nos reproducimos sin control, tomamos lo que se nos da la gana y no retribuimos nada a nuestro planeta, que triste. Por otro lado, muy buena nota 🙂
Estoy completamente de acuerdo con este artículo.