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Perro guía para un perro guía. LEALTAD con mayúsculas.


Es sumamente frecuente la historia en la que el perro de la familia, ya sea por edad, alguna enfermedad o por simple cansancio de sus amos, es echado a la calle o incluso sacrificado.

Para quienes nos hacen el honor de seguirnos hace tiempo, seguramente les he contado ya que, precisamente, mi primer hijo, ese que cambio mi vida, mi visión del mundo y mis prioridades, llegó a mí como un rescate cuando sus amos lo iban a sacrificar, a los 4 años de edad, fuerte, joven y con el mejor temperamento del mundo, sólo porque ya nadie «tenía tiempo de atenderlo».

Por eso las historias en las que un amo decide cuidar y conservar a su amigo a toda costa, me llegan tanto.

Como ésta.

Hoy Edward tiene dos amigos. Juntos tienen 2 ojos y 3 corazones gigantes.

Resulta que el Señor Graham Waspe, un ciudadano de Sufolk, en el Reino Unido, era invidente de un ojo y con un visión muy limitada en el otro. Recibió entonces a un perro lazarillo, Edward, un cachorro de dos años que se convirtió en sus ojos y por supuesto, en su mejor amigo.

Pasaron 6 años y Mr. Graham recibió la noticia de que su amigo Edward también perdía la vista debido a una enfermedad. El golpe desde luego fue devastador. Waspe pensó que le quitarían a su amigo, a su compañero, al ser que le ayudó a moverse durante los últimos años, a quién lo cuidó y alertó de los peligros cada día.

Así que decidió que no. No sería así. Comprometido con su mejor amigo, solicitó a un nuevo lazarillo, pero solicitando quedarse con Edward, entonces ya ciego, comprometiéndose a cuidarlo y amarlo el resto de su vida.

Entonces, tras sólo 15 días de entrenamiento y adaptación, Graham Waspe y Edward, recibieron en su pequeña manada a Opal, otro labrador lazarillo, que ahora funge como guía de ambos.

Un bravo para Opal, que representa la vista de los tres, otro aplauso para Edward, retirado por el destino después de años de trabajo fiel… pero un aplauso más fuerte para el SEÑOR Waspe (así, con mayúsuculas) que no renunció jamás a su amistad con su perro, aún cuando este le dejara de ser «útil».

Ahora los 3 recorren escuelas e institutos platicando sobre el lazo tan fuerte que puede crearse entre hombres y perros, sin importar las dificultades. Y de la mano de Graham, con los ojos de Opal y el corazón de Edward, recorren por supuesto, el mundo.

Ahora recuerdo cada caso en que he escuchado pretextos para abandonar a un amigo, mientras éste supone que está con la familia que lo amará por siempre… y me provocan una profunda lástima, por la cobardía y simpleza.

Aún queda esperanza. Nuestra especie no está podrida del todo.