Sé que si me haces el honor de leer este artículo, no lo haces buscando leer sobre mi vida. Al platicarte cada detalle de cómo he ido creciendo al lado de perros y otras mascotas, mi intención no es que te intereses por mi vida, sino que puedas ver que los conocimientos caninos que hoy puedo tener y compartirte, se adquieren en mayor medida, con la convivencia diaria con los perros.
Hoy me dedico a la búsqueda del conocimiento, a la investigación, al periodismo y al trato canino, pero no siempre mi vida fue así y las mejores lecciones vinieron mucho antes de especializarme por gusto propio en este campo. Por eso, reconozco que el asunto del Liderazgo fue difícil comprenderlo la primera vez que tuve que asumirlo y por eso entiendo que no es tan sencillo ver su importancia cuando se tiene por primera vez a una mascota. Así pues, quiero partir de aquí para explicarte mejor lo que puedes hacer desde el día uno.
Te aseguro que si puedes jugar este rol de líder desde el momento de la llegada de la mascota, será mucho más sencillo el camino de la educación, la adaptación, y por ende, el placer de tener a tu perro contigo.
Mi PRIMER perro, en el sentido completo de responsabilidad y vida, llegó a mí cuando yo era ya un adulto, cuando rebasaba ya los 23 años, es decir, cuando los pretextos y justificaciones por “ser inocente” se habían acabado.
Después de varios años de vivir sin una mascota, sin hacerme responsable más que de mí mismo, mi vida giró un día intempestivamente, cuando mi padre falleció. Cuando esto sucedió, mi hermana y yo asumimos la parte que podíamos de nuestra adultez sin el maestro de vida que fue Papá, mientras Mamá luchaba por no demostrar que se sentía absolutamente incompleta sin el gran amor de su vida.
Sería falaz tratar de explicarte lo que viví en ese aspecto, pero puedo compararlo de manera simplista y reduccionista con tener un vacío en el cuerpo. Como si un trozo completo de mi tórax hubiese sido arrancado de manera permanente, restándome estabilidad para caminar, quitándome seguridad para actuar y haciéndome sentir vulnerable todo el día, todos los días.
Pasé poco más de un año así, hasta que una tarde de enero, justo antes del Día de Reyes, apareció en mi vida un Labrador Chocolate adulto buscando sobrevivir tanto como yo.
Un estimado amigo lo había rescatado de su casa, en donde por no poder darle más atención, lo iban a “dormir”. Chuck era en ese momento un perro sano y fuerte, de menos de 4 años de edad, activo, curioso y sumamente cariñoso. Confiaba en la gente y no tenía ninguna agresividad contenida. En fin, era el perro ideal para cualquier persona, pero sobre todo, era el candidato menos adecuado para la eutanasia. Su único problema era ser grande y requerir compañía. Esa era la “enfermedad” por la que su familia anterior consideró sacrificarlo.
Aún recuerdo perfectamente oír a mi hermana llamarme desde la calle. Sin entender lo que necesitaba, bajé para encontrarme de frente con el Labrador Café más hermoso que hubiese conocido jamás. Poco me importó preguntar su procedencia. Sentía una cosquilla, como cuando una gran oferta de vida se presenta. Esa tentación imparable de tener algo, de tomarlo en ese momento sin pensar en lo que viene después.
Habré escuchado un par de minutos la historia de Chuck de voz de su rescatista, cuando me hinqué sobre mi rodilla derecha para estar a su altura y saludarlo. Él de inmediato se acercó a mí, oliendo mi mano y quedándose quieto frente a mi cara. Abracé su cabeza, tomé su correa y después de dudar un minuto, dije que debíamos subirlo a casa.
Chuck dudó mucho menos que yo. Como si supiera que su vida podía salvarse en ese instante, subió las escaleras de mi edificio, siguiéndome hasta nuestro departamento. Entramos a casa y no parecía muy preocupado por el entorno. Me acompañó sin problemas hasta mi cuarto en donde se acostó a mi lado en la cama. Lo acaricié cuanto quise, y aunque quizá ahora pueda confundirme un poco por el enorme amor que le tengo, podría decir que desde ese momento sabíamos ambos que debíamos estar juntos.
No sólo era un perro en casa, era un Labrador adulto, un perro tan grande que caminar de un lado a otro no le bastaba para sentir actividad. Ocupaba la mitad de mi cama y desde luego no había otro lugar en donde podría dormir.
Esa misma tarde tomé a Chuck, lo subí a mi auto y lo llevé de paseo conmigo, para ausentarlo el mayor tiempo posible de casa y que las ideas de mi mamá no se concentraran en negarse.
Para mí es uno de los recuerdos más queridos de mi historia reciente, pero hay que reconocerlo: fue algo imprudente.
Un perro adulto, especialmente de tamaño mediano, grande o gigante, puede ser riesgoso la primera vez que se conoce si no se trata con cuidado. Todo salió de maravilla para la historia entre Chuck y yo, pero cometí algunos errores que se deben evitar para reducir riesgos:
1.- Nos conocimos en la calle, ahí fue nuestro primer encuentro, pero pasé muy rápido a meterlo a casa. Independientemente de la zona de la ciudad en donde suceda (si le es conocida al perro o no), el campo abierto puede ser neutral, al menos mucho más que la guarida. Si hubo una buena primera aproximación, hay que tomarse el tiempo ahí mismo de conocerse más, sin forzar al perro a verse encerrado en un entorno desconocido.
Algunos perros, especialmente los que han sido maltratados, pueden tomar esto como una forma de “captura”. Entrar a un lugar desconocido, con las salidas bloqueadas y con olores que no identifica, lo pueden poner muy nervioso y a la defensiva.
Si usted conoce o encuentra a un perro adulto en estas condiciones, dese el tiempo de realmente conocerlo ahí mismo, de acompañarse de él en un caminata, a reconocer aún mejor la zona, los olores, las vueltas, el panorama. No hay prisa.
2.- Segundo error: Lo subí a mi auto, a mis espaldas, cuando no llevábamos más de una hora de conocernos. Yo no sabía como reaccionaba él en un automóvil. Podía haberse mareado, sentirse más aprisionado aún o asustarse por el movimiento, reaccionando frenéticamente en busca de la ventana o hasta agresivamente contra mí, mientras conducía.
El viaje en auto debe ser un momento bueno, por sentirse acompañado del amo en quien confía, pero esto no siempre sucede desde la primera vez. También hay que tomarse el tiempo para ver cómo reacciona la nueva mascota. Subir y bajar del vehículo un par de veces sin arrancarlo ayuda mucho, pues lo ayudará a notar que no hay una amenaza dentro de él, que es un lugar al que usted accede sin preocuparse y que puede verse libre del lugar sin demasiada lucha. Además, si es un perro acostumbrado a vivir en un patio, alejado de ruidos fuertes, el mismo sonido del motor le puede espantar. Déle tiempo, como siempre: Paciencia.
Esa misma tarde, estaba en un parque con él, disfrutando al aire libre de un nuevo y valiosísimo ser del que no me quería despegar. En cuanto bajamos del carro y empezamos a caminar, jaló con toda su fuerza hacia algún árbol. Después cada giro del paseo fue un juego de fuerza.
Él era dominante y yo no sabía liderarlo. Yo suponía que debía dejarlo ir por delante, pues para mí era la imagen del perro común, el de película, sin saber que estaba confundiendo papeles desde el primer día.
Además Chuck era un perro que no sabía socializar con otros miembros de su especie. Un perro que socializa correctamente se controla ante otros, establece su postura (dócil y dominante, o humilde y baja) y socializa. Un perro frenético llegará con una postura erguida, tratando de imponer, y aunque lo haga moviendo la cola y con alegría, invadirá el espacio del otro perro con una gran posibilidad de molestia. Esto es un detonante natural para un enfrentamiento.
No castigamos o corregimos a un perro frenético por ser alegre, sino por acercarse con demasiada autoridad y con intención de imponerse a la fuerza al otro perro. Debemos recordar que desde el primer momento somos nosotros los líderes, porque además tenemos que ser coherentes: ¿Quién escoge el lugar a donde van a pasear? ¿Tú o él? ¿Quién decide la hora a la que llegan? ¿Y se quedarán ahí hasta que él quiera?
Si tomas todas esas decisiones, si no le vas a permitir pelearse, comer lo que encuentre tirado ni molestar a otras personas –o perros-, entonces eres el líder. No se vale ser incoherente frente a él y pedirle obediencia un rato, pero cuando nos da flojera asumir el liderazgo, lo dejamos hacer lo que quiera.
No hay tal cosa como un “perro en libertad”. El perro es un animal domesticado por el hombre hace miles de años, probablemente el primero en la historia, así que no necesita “sentirse” silvestre. Puede asumir las reglas y está dispuesto a ello. Durante el paseo nuestro perro no debe ir por delante. La mayor parte del tiempo, si no es que toda, debe ir a tu lado o ligeramente tras de tí. Esto es un indicativo de liderazgo.
En las manadas de lobos el líder rebasa a los demás siempre por una cabeza. Él indica cuál es el camino. Si se detiene, los demás lo hacen también. Si no comienza un ataque, los demás tampoco. Y así con todas las actividades. El líder manda.
Por supuesto, te confieso, ese primer día con mi nueva mascota no existió ninguno de estos consejos puestos en práctica. Yo estaba feliz con un perro que parecía quererme desde el primer día y sólo quería disfrutarlo, hiciese lo que hiciese. Esto hizo que después, educarlo y corregirlo fuera doble trabajo, pues Chuck tenía ya “costumbres” en esta familia, que cuando fue necesario modificar, estaban un poco más arraigadas.
Te recomiendo algunos puntos para poner en práctica, que le ayudarán a tu mascota a comprender tu liderazgo:
- A la hora del paseo, espera a que se sienten y traquilicen frente a la puerta, antes de salir. Esto premia su autocontrol, no su frenesí.
- A la hora de comer, no te sientas mal porque te vean alimentarte primero. El jefe de la manada siempre se alimenta antes, los demás lo respetan, no le roban comida por ningún motivo y su premio por ser pacientes, es ser alimentados después.
- Al dormir, que tu mascota tenga un lugar bajo es lo ideal, pero si de todas formas quisieras que durmiera en tu cama, evita dejarle que se acomode en donde deseé. Muévelo con firmeza y seguridad a los pies, a un lado o donde te sea cómodo a tí. El líder escoge, los demás se adaptan.
- Al relajarse, el sillón es TUYO. Si permites compañía, será cuando tú lo decidas, no cuando te chillen o ladren. En el asiento, tú debes estar cómodo y si sobra espacio, lo puedes compartir.
- Si los dejas solos en casa, no te despida con mil besos antes de salir. Unos minutos antes de realmente irte ni siquiera los tomes en cuenta, para que lo vean normal y no vayan incrementando tensión. Pero sobre todo… NO REGRESES si lo oyes chillar o ladrar, eso sería un premio y te haría un amo muy obediente.
Esto no reduce el amor por tu mascota ni es para dejar de apapacharlo. ¿Te fijaste que son consejos útiles para un perro que duerme en la misma cama, se sube al sillón, sale de paseo y no vive en el patio?
Ante todo, recuerda:
El liderazgo se ejerce todo el día, todo el tiempo, pero no es para ser superiores a la mascota, sino para hacerle comprender que tú le ordenarás cosas por el bien de todos y no tiene caso discutirlas.
Si no quieres ser líder de tu mascota, entonces deja de quejarte cuando haga berrinche o sea gruñón y prepárate para que él decida cuándo ir al veterinario, a qué hora pasear y, seguramente, prepárete para comer croquetas, pues no creo que el otro líder te deje comer la carne jamás.
Este artículo, en su versión original y completa, pertenece a la serie Aprender a ser Líder, publicada en Animalia Magazine No. 14, 15 y 16.
Como siempre, acertados comentarios. Recibe un abrazo.
Tu amigo, Arturo Cruz.
magnifica recomendacion ,,,,, chin…… como no la lei antes , pero aun puedo llevarlo a cabo gracias .