Canelo. La fidelidad no caduca.


Los mitos, a veces, en nuestro mundo animal, son historias que hablan de seres que antes llamábamos irracionales, pero que con el tiempo hemos comprobado que son increíblemente sensibles y por tanto, para nosotros los ignorantes, siguen siendo un misterio.

Cuando yo era pequeño recuerdo que algunas canciones folclóricas hablaban de animales geniales, tan fieles que resultaban difíciles de creer. Recuerdo especialmente al caballo blanco de José Alfredo y a un perro muy fiel, que esperó hasta morir, acostado junto a la tumba de su dueño.

La mayoría de la gente tomaba esas historias como cuentos románticos, pero mi padre, ese primer y gran mentor del amor animal en mi vida, decía que eran completamente reales.

Yo siempre me sostuve de esos cuentos.

Hoy platicamos la verdadera historia de uno de esos mitos, quizá para algunos aún desconocida.

En la antiquísima ciudad de Cádiz, en España, existía un hombre pobre que tenía por amigo a un perro flaco, un mestizo llamado Canelo. El hombre, ciudadano poco conocido y sin fama alguna, enfermó un día y en el hospital le dijeron que debía hacerse un proceso lento y diario: debía hacerse diálisis.

Desde ese día, caminaba cada mañana junto a Canelo hasta el hospital, y cuando llegaba a la puerta le decía a su amigo: «Espérame aquí Chaval». Este procedimiento de limpieza orgánica, le llevaba algunas horas y le dejaba agotado, pero al salir, el fiel Canelo lo esperaba para acompañarlo a paso lento de regreso a casa. Esa era quizá la razón de su fuerza.

Pero un día de diálisis, uno como cualquier otro de los cientos que llevaba repitiendo la rutina, el hombre ya no salió. Estando en el hospital se complicó su salud, debió se internado en terapia intensiva y cuidado permanentemente, durante varias semanas.

Canelo sólo recordaba sus últimas palabras: Espérame aquí, chaval. Y lo esperó.

Al cabo de unas semanas el cuerpo de su dueño no pudo más… y murió.

No hubo persona alguna que quisiera o pudiera explicarle a Canelo la situación. O quizá este no quiso entender.

Día y noche Canelo esperaba a la puerta del hospital en Cádiz, alimentado por enfermeras y doctores para quienes ya era un perro familiar, casi un amigo.

A veces estiraba las piernas y paseaba un poco por la cuadra, pero siempre volteaba a la puerta para no perder la salida de su amo.

Poco a poco fue haciéndose de una casa, cartones y maderas que le fueron confeccionando los mismos personajes que a diario lo veían.

Y Canelo siguió esperando.

Pasaron DOCE AÑOS. Doce años más viejo, Canelo esperaba la salida del hombre al que sin duda, amó.

Lo hicieron miembro honorario del hospital, lo defendieron de la perrera municipal, lo vacunaron y desparasitaron.

Un día, el experimentado Canelo murió atropellado. Con doce años al borde de la calle, nadie se creyó que Canelo muriera por accidente, más parecía haber intentado una nueva estrategia, quizá ir a buscar a otro mundo a su amigo que tardó doce años en salir.

Hoy la imagen de Canelo es de bronce, puesta sobre una placa en el lugar donde tanto tiempo vivió, en la calle que sí, hoy, oficialmente se llama calle Canelo.

Canelo y su fidelidad son esos pequeños elementos de la historia que hacen leyendas y crean mitos. Para mí, Canelo es ese perro del que hablaba la canción y que sólo mi papá me apoyaba a creer que era verdad.

 

Un comentario en “Canelo. La fidelidad no caduca.”

  1. Que hermosa historia como unbuen que hay como la de la pelicula siempre a tu lado, amo mi perrito por que es un ser super fiel que siempre pase lo que pase esta contigo.

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