El costo de nuestra Modernidad.


La constante de la modernidad humana, parece cada vez más, enfrentarse a su medio ambiente, desarrollando sistemas que sustituyan su entorno natural, tratando de mejorarlos o al menos copiarlos.

Por ejemplo, nos enfrentamos a nuestro sol, al que convertimos en nuestro enemigo, combatiéndolo con protector solar, antes de combatirlo con la recuperación de la capa de ozono.

A las cosechas, cada vez más impredecibles y frágiles, estamos tratando desesperadamente de sustituirlas con alimentos genéticamente modificados.

Y así la lista sigue. El enfrentamiento creciente de la artificialidad humana y la naturaleza. Como si en verdad fuéramos enemigos y tuviéramos que defendernos.

Lo cierto es que es el planeta quien se tiene que defender. Somos nosotros los que atacamos constantemente al planeta, desarrollando recursos y necesidades a costa del medio ambiente, despreocupándonos de él, suponiendo que en su infinita sabiduría, sabrá como recuperarse, para seguir dándonos oportunidades.

Todo esto viene a colación en estos tiempos que sufrimos el accidente petrolero más grave de los últimos 30 años, y para hablar de uno de los puntos más delicados al respecto de este enfrentamiento, el más agresivo y el que deja los daños más graves, los hidrocarburos en manos del hombre.

El petróleo, como tal, no es producto de la artificialidad humana. Es un producto natural, un fósil derivado de plancton y algas, cuyo proceso de encapsulación y presión bajo varias capas de sedimentos, lo transforma en varios posibles compuestos.

Sin embargo, su manejo, extracción y combustión sí son invento de mérito exclusivo humano.

Su utilización como combustible y energético resultó de gran utilidad para la sociedad, que lo llevó a casi todos los campos de manufactura. Esto llevo a todas las “sociedades modernas” a volverse dependientes del petróleo, y por ende, de los países productores, pues para desgracia de muchos otros, no es un recurso presente en iguales cantidades a lo largo y ancho del globo.

Y aún todo esto no sería problema mayor de no ser porque estas millonarias compañías han metido sus manos, henchidas de poder, en todos los estratos sociales, con lo que el desarrollo energías menos contaminantes y formas de producción alterna se han obstaculizado cínicamente.

Con los paneles de energía solar, los autos eléctricos o los combustibles derivados del alcohol, hace décadas somos capaces de desprendernos del petróleo… pero evidentemente esto contraviene los intereses de muchas compañías que se esfuerzan en encontrar nuevos yacimientos petroleros en aguas cada vez más profundas.

Aguas más profundas = plataformas más complicadas = tuberías de más difícil acceso = accidentes más graves.

Hoy, el accidente de la Plataforma Deepwater Horizon, está vertiendo al océano un aproximado de 800 mil litros diarios de crudo, lo que ha rebasado todos los cálculos inicialmente hecho sobre el desastre.

Y estos accidentes se han vuelto tan frecuentes, que los medios los reflejan incluso simplistas. Un accidente de petróleo le hace pensar a la gente en aves y peces cubiertos de un material viscoso y negro, lo que parece un universo demasiado alejado y sin importancia.

Pero basta decir, por ejemplo, que los organismos marinos quizá se recuperen de este accidente en un lapso de 3 años, tiempo en el que integrarán a su sistema la contaminación del petróleo, mientras siguen formando parte de una cadena alimenticia…

Es decir, durante los próximos 3 años, toda la producción pesquera de la zona, para nuestro país, estados unidos, cuba y aquellos que reciban exportaciones de estos 3, podrían estar contaminados en mayor o menor medida por petróleo crudo.

¿Otro efecto inmediato? Entre Louisiana, Alabama y Florida, en Estados Unidos, se puede contar con 3 especies de plantas manglares, 2 de crustáceos, 3 de moluscos y 4 de peces en GRAVE peligro de extinción. La mancha de petróleo tras el accidente ha llegado ya a estos tres estados. ¿Dará el golpe final a estas especies?

No lo sabemos… y peor aún, quizá nunca lo sepamos, porque aún cuando desaparezcan, en el crimen perfecto, será casi imposible fincar una responsabilidad.

Así pues, hoy que estamos quizá ante el desastre ecológico más grande en la historia de los Estados Unidos, en la historia del Golfo de México y quizá en la historia de los mares a nivel mundial, no podemos dejar de preguntarnos lo mismo:

¿Nuestra preciada modernidad vale tanto como para arriesgarnos a perder parte de un planeta que no se recuperará jamás?

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